Cuando acudí a la cita con el pene para la primera entrevista exclusiva que concede en mucho tiempo, muy amable, como casi siempre, se paró y salió a recibirme. Durante las siguientes dos horas se mantuvo atento y dispuesto, algo poco habitual en él. He aquí mis preguntas y sus respuestas.
Portada en SoHo y Donjuán, informe especial en Carrusel, notas en numerosas revistas e incluso un documental de televisión sobre usted. ¿No lo fatiga tanta exposición pública?
Mi personalidad es más bien recatada y tímida. Procuro no hacer mucho ruido ni mucho bulto, y solo en la intimidad despliego mi personalidad sin remilgos. Por eso puedo asegurarle que me fatiga asomarme a la fama, y creo que esa fatiga a veces se nota.
Durante muchos años usted fue un tema tabú. ¿Está contento de no serlo más?
En absoluto. Como tabú era más misterioso y atractivo, suscitaba más intriga y curiosidad. Ahora estoy a punto de convertirme, y perdóneme la comparación, en un trozo de carne más, como el hígado o el bazo.
¿Considera inmerecida tanta fama?
En ningún caso. No vaya a pensar que estoy crecido, pero considero que mi papel es fundamental en el organismo humano. Soy lo que se denominaría un pluriempleado: tengo a mi cargo deberes de micción, de reproducción, de satisfacción sexual y de simbolismo de género.
No creo que ninguno de mis colegas, ni siquiera el corazón o la cabeza, lleven a cuestas tantas responsabilidades.
Sin embargo, dicen que la cabeza es la principal zona erógena.
Mentira. Si fuera así, las peluquerías estarían prohibidas por la Iglesia. Las mujeres acuden con costosos peinados a recepciones y no pasa nada. En cambio, atrévase a exhibirme a mí en una fiesta y verá el revuelo que se arma.
Uno de los problemas que surgen con su popularidad es la manera de denominarlo. ¿Le gusta el nombre de pene?
Preferiría un poco más de respeto. Don Pene, por ejemplo. Pero le confieso que odio ese nombrecito, pues no corresponde a mi personalidad cambiante y fogosa. Me gustaría haberme llamado Retruécano o Don Samaritano. Digo, por la fuerza del sonido y la longitud de la palabra. Incluso, me habría transado por que me llamaran Don Sama en estado de flacidez y el Gran Samaritano en estado de entusiasmo.
¿Le gusta el nombre de falo?
Otra idiotez bisílaba. Y le ruego que no pasemos al capítulo de los nombres femeninos, algo que rechazo indignado, pues un símbolo de la virilidad no puede llevar nombre de mujer. Tampoco los apodos infantiles: pipí, por ejemplo. ¿A usted le gustaría llamarse pipí? No. Bueno, pues a mí tampoco.
Le ruego que no descendamos al terreno de lo particular y lo casuístico. Yo soy un modelo, una referencia general, un arquetipo. No me queda bien, por mi posición, andar diciendo si esta o aquella representación me gustan o no.
Pero dígame al menos si considera que el tamaño es importante.
¡Pero cómo no va a ser importante! El tamaño impresiona, emociona, incluso puede atemorizar. Lo que pasa es que no es lo más importante. Mire: mi talla no es lo que más me interesa, porque yo no soy un basquetbolista sino un pipí. Hay otros atributos que merecerían mayor atención.
Por ejemplo… Como en cualquier otro ser, los atributos espirituales: el cariño, la bondad, la delicadeza, la solidaridad. Y, mucha atención, la caballerosidad.
¿Por qué la caballerosidad?
Pues porque un individuo educado se incorporará siempre en presencia de una dama y porque el caballero repite.
¿Qué opina de la circuncisión?
La apruebo, aunque pueda resultar algo doloroso. Yo siempre he sido muy frentero, voy por la vida a pecho descubierto y rechazo toda suerte de embozos y disfraces. Mi personalidad no tiene pliegues.
¿Considera al Viagra un amigo?
Como dijo el filósofo: “Agradece toda mano que ayude a levantarte”.
¿Cree que el mundo está obsesionado con el sexo?
Sí. A mí me gustaría que valoraran un poco más mis funciones excretoras, por ejemplo. Solo los que han sufrido cistitis, cálculos de uretra o irritaciones urinarias saben que, al lado de ellas, la disfunción eréctil es un juego de niños.
¿Algún consejo a los penes que lean esta revista?
En caso de dificultades, queridos colegas, “fe y dignidad”. Como en los viejos tiempos.